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lunes, 15 de agosto de 2011

CAPÍTULO 1. JÓVENES ÁGUILAS



    El día se presentó terriblemente nublado para tratarse del mes de julio. Eran las siete de la mañana y el altavoz del campamento empezó a bramar para despertar a sus inquilinos mediante una melodía de coro de trompetas bastante desafinadas.
    Daniel abrió los ojos y no reconoció dónde estaba. Aquel techo de tablas de madera desiguales, con una simple lámpara redonda y quemada por la parte abajo no era su cuarto.
    -¿Dónde estoy?- se preguntó. Volvió a cerrar los ojos y, en unos segundos, sus oídos empezaron a reconocer las voces y el chirriar de literas que le rodearon en un pis-pas.
    -Buenos días marmota.- una cara redonda y terriblemente colorada por el esfuerzo apareció justo en frente de la de Daniel  cuando abrió los ojos por segunda vez.-  Hoy es tu gran día. Vamos levántate y no olvides reservarme un buen trozo de pastel.-sugirió Albert quien de un salto bastante penoso bajó de la litera donde estaba Daniel.
    Ahora ya estaba todo claro. Los padres de Daniel habían sorprendido a su hijo hacia unas semanas anunciándole que le iban a mandar de colonias durante el verano.
    -¿De colonias?- Daniel se quedó pasmado cuando lo escuchó mientras tomaba sus tostadas del desayuno. En sus diez años de existencia, tan sólo había ido de colonias con el colegio y nunca más de una semana.
    -Es un sitio estupendo- la madre de Daniel se recogió un rizo cobrizo, el mismocolor que había heredado su hijo, detrás de una oreja.  En unos segundos,  desplegó un tríptico del campamento Jóvenes Águilas en la mesa de la cocina- Mira cariño, hay piscinas, un río para bajar en canoa, tiro-linas, paseos a caballo…
    Con cada actividad mencionada el largo dedo acabado en una uña perfectamente perfilada de la madre de Daniel señalaba una foto donde se veían a diferentes niños realizando todo aquello mientras mostraban unas caras de lo más felices.
    -Pero qué pasa con Camprodón. ¿Es que este año no vamos a visitar a la abuela?-cada verano, Daniel y sus padres iban a pasar las vacaciones con su abuela Marga en un pueblecito cercano a Camprodón donde Daniel se reencontraba con amigos a los que sólo veía en esos días.
    Esta vez fue el doctor Dupré, el  padre de Daniel quien sentándose a su lado tomó la palabra.
     -No hijo. Tu madre y yo hemos de acompañar a la abuela a visitar a un médico muy especial que hay en Francia donde le harán una serie de pruebas y trátamientos - antes de que Daniel pudiera decir una palabra y previniendo la oposición de su hijo, el doctor  Dupré continuó- Van a ser unos días muy intensos y de mucho ajetreo, así que tu madre y yo hemos decidido que estarás mejor pasando el verano en este campamento donde podrás disfrutar de las vacaciones como es debido.
    Daniel quiso protestar enérgicamente ante aquella decisión. A él no le importaba ir con sus padres a Francia y no protestaría por mucho que tuviera que esperar en la sala de algún hospital, los cuales había visitado desde pequeño debido a la profesión de su padre y a los que estaba acostumbrado.. Sin embargo,  el tono que había usado su padre a la hora de explicarle el “plan” de vacaciones era el mismo que tantas veces le había visto usar con aquellos pacientes reticentes a tomarse el tratamiento y que hacía que tras escuchar a su padre, a nadie le quedara la más mínima duda de que debía hacer todo aquello que el doctor Dupré les había dicho, aunque se tratara de tomare un jarabe saltando a la pata coja.
    De manera que, a penas unos días después, sus maletas ya estaban en el coche y, después de un viaje donde su padre le recordó que tenía que portarse bien, que le llamarían cada semana y de ver cómo su madre intentaba aguantarse las lágrimas sin demasiado éxito, Daniel llegó al campamento de las Jóvenes Águilas.

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