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lunes, 22 de agosto de 2011

CAPITULO 2. FELICITACIONES

    En su barracón dormían otros nueve niños. Albert,  tenía su misma edad y dormía en la litera de debajo de Daniel. Desde el primer día y, como los dos eran novatos allí, iban juntos a todos los sitios. Era un chico bonachón y simpático cuyo único defecto era intentarse comer el postre de Daniel sin que éste te percatara cada vez que iban al comedor.
    Cada vez que algún chico o alguna chica del campamento celebraba su cumpleaños, por la noche se hacía una fiesta donde se repartía pastel para todos. Esa era la razón por la que, aquel día, el día del cumpleaños de Daniel, Albert parecía mucho más feliz que de costumbre.
    -¿De qué crees que lo harán esta vez?- preguntó Albert mientras bajaba su oronda silueta por la ladera que conducía al río- Yo espero que de mousse de turrón. No me gustó nada el de mermelada de fambruesa que sirvieron la última vez en el cumpleaños de esa remilgada de Vanessa. Así que espero que el tuyo sea de mousse de turrón, aunque si fuera de chocolate tampoco estaría mal…
    -¿Es que no puedes pensar en otra cosa Albert? Acabamos de desayunar- le recordó Daniel medio riendo por lo bajo.
    -¡Cómo!¿Estás de broma? Por supuesto que puedo pensar en otra cosa don Marmota. Pero no puedo consentir que el día de tú cumpleaños pongan un pastel tan lastimoso como el de la última vez ¿o es que crees que no me preocupo por ti?- respondió Albert algo ofendido aunque sin acordarse de que fueron tres los trozos de aquel pastel lastimoso que acabaron en su estómago.
    Daniel ya se había acostumbrado al apodo que le habían puesto en el campamento. De hecho, casi todo el mundo le llamaba por él y aunque al principio no lo vió con muy buenos ojos, luego, tras comprobar otros apodos que tenían otros chicos de por allí, vio que el suyo tampoco estaba del todo mal. Y todo , porque los tres primeros días del campamento se le pegaron las sábanas al oir el toque de alba y fueron necesarios tres avisos para sacarlo de la cama de una vez.
    El viaje en canoa a lo largo del río se había suspendido aquel día debido a las nubes que amenazaban con tormenta desde el amanecer, pero se había cambiado por una caminata a caballo bordeando toda la orilla del río. Daniel nunca había montado a caballo antes de la llegada al campamento, pero la verdad es que fue ponerse a lomos de Capitán, el afable percherón que le había tocado en su primera cabalgata para darse cuenta que había nacido para eso. No sólo supo en seguida cómo manejar a su animal dándole las órdenes de manera suave mientras acariciaba la oreja del caballo, sino que, al final de la jornada, no tuvo ni una sola agujeta, no como el pobre Albert, que se pasó toda la noche quejándose de sus pobres pero anchas posaderas entre sorbo y sorbo de agua repleta de azúcar.
    Aquella vez también le tocó ser llevado por Capitán quien, al verle, pareció reconocerle dando un suave relincho en forma de saludo.
    -Hola amigo. Ten, te he traído un regalo- Daniel sacó una manzana roja que habíha guardado en el desayuno y se la ofreció al caballo quien se la comió con gratitud.
    Finalmente, durante aquel día no cayó ni una sola gota de agua del cielo pero la niebla y los nubarrones parecían querer quedarse encima del campamento durante bastante tiempo. Una vez duchados y descansados después de la cena, Daniel y Albert se dirigían al centro del campamento donde ya empezaban a arder las hogueras y los primeros chicos empezaban a sentarse alrededor.
    Al pasar en frente de la sala general uno de los monitores sacó su esmirriado cuerpo por la puerta y llamó a Daniel.
    -Eh!Dupré!Al teléfono!
    Daniel corrió hacia el interior de la sala de las cabinas dejando atrás a Albert quien decidió continuar hacia las hogueras,  adelantandose  para coger sitio al lado de la mesa donde servirían el pastel de cumpleaños de su amigo.
       
    -¿Síiiii?
    -Hola cariño!¡Feliz cumpleaños!-al otro lado del teléfono la voz de su madre sonó al mismo tiempo entre jovial y cansada.Después de las preguntas de rigor sobre estado de salud, estado de limpieza corporal, estado emocional y estado de hambruna, su madre le pasó a su padre quien, también le felicitó por su aniversario.
    -Siento que este año tengas que pasar tu cumpleaños sin nosotros pero al regresar te haremos un buen regalo y te llevarmos al Tibidabo para compensarte, de acuerdo campeón?
    -No te preocupes papá. Aquí me lo estoy pasando muy bien- no era del todo cierto y, la verdad es que la situación sería de lo más aburrida a no ser porque la compañía de Albert, con su sempiterno buen humor  le suponía un alivio considerable.Sin embargo, no quería preocupar a sus padres y decidió no decirles lo mucho que en realidad les echaba de menos.
    -Bona nit petitó. Com està el meu nen?
    -Abuela!- Daniel siempre se alegraba al escuchas la voz suave de su abuela que le había susurrado nanas en catalán desde que nació y que aún lo hacía (aunque él no lo reconocería por nada del mundo) cada verano cuando iban a verla a Camprodon. Desde que Daniel recordara su abuela siempre había estado afectada por una extraña dolencia que la dejaba exhausta y pálida a más no poder y de la que nadie, ni si quiera su padre, sabían la causa.-Cómo estás yaya, te encuentras mejor?
    -Yo estoy bien tesoro-.la voz de la anciana pareció helarse por un momento.-Dime, fillet, hoy cumples once años, no es así?
    -Sí -respondío algo desconcertado Daniel.
    -Querido, escúchame bien- ahora la voz, a parte de fría, era a penas un susurro y Daniel tuvo que apretarse bien el teléfono al oído para captar lo que su abuela le decía-  A partir de hoy pueden pasar cosas raras a tu alrededor, cosas que quizás no comprendas y que incluso pueden asustarte…-un escalofrío recorrió la espalda de Daniel de arriba a bajo-   pero recuerda esto; tienes que fiarte de los que te tenderán la mano y el corazón. Cuidado con aquellos que, aunque te digan que son como tú y por mucho que tus ojos te engañen, tu corazón no los sienta como parte de ti.  me has escuchado fillet?
    Daniel no entendía qué era lo que su abuela le pretendía decir, pero notando el cansancio en la voz de la mujer, intentó ponerle las cosas lo más fáciles posibles y no molestarla con preguntas.  Ya le preguntaría en otro momento qué era lo que había querido decir.
    -Sí, abuela, lo entiendo.
    -Molt bé petit meu. El meu cor sempre t’acompanyarà.
    Tras despedirse nuevamente de su madre Daniel colgó el teléfono y se dirigió a la zona de las hogueras  con un sentimiento de extrañeza en su cuerpo. Qué podía significar las palabras de su abuela¿O es que la pobre ya estaba tan mal que empezaba a decir cosas sin sentido. Él no lo sabía con seguridad, pero había oído decir que, muchas veces, la gente mayor perdía el norte y empezaba a decir cosas sin ningún significado. Al llegar a la hoguera, el sentimiento de extrañeza se había convertido en un sentimiento de miedo al pensar que su pobre abuela empezaba a perder la cabeza.  Sin embargo, al igual que habían llegado, los temores se fueron rápidos como el agua por un colador en cuanto vió la luminosa cara de Albert quien, sentado al lado de la mesa de la comida, le llamaba calurosamente mientras señalaba una y otra vez los cinco pasteles que descansaban sobre el mantel de cuadros rojos y blancos.

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