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viernes, 10 de junio de 2011

RETALES

Para Nil, para que aprendas a volar.
Tu llegada fue mi mayor regalo.


CAPÍTULO 1

El reloj de la mesilla de noche de Nicolás comenzó a pitar justo cuando dibujó las ocho en punto de la mañana. Aquel iba a ser un día especial y Nicolás lo sabía, aunque de hecho, no sabía cuán especial iba a ser en realidad.
Tras un rápido golpe para acallar al ruidoso reloj, Nicolás saltó de su cama tirando las sábanas al suelo y se dirigió al lavabo.
-Este va a ser un día especial- se dijo mirándose al espejo mientras intentaba desenredar su pelo panocha a base de tirones de peine.
Tras lavarse la cara y vestirse con sus tejanos favoritos que, por más desgastados que estuvieran no consentía en tirar, bajó las escaleras de dos en dos y se plantó en la cocina donde ya olía a tostadas y café recién hecho..
-Buenos días mamá- dijo rodeando la cintura de su madre por la espalda- ¿Sabes qué día es hoy?
La madre de Nicolás se giró dejando libre la naranja que estaba a punto de meter en el exprimidor y devolvió el abrazo a su hijo
-Claro que lo sé, pequeño pato. Hoy es el día de tu décimo cumpleaños- le dijo besándole su mejilla con ternura. Pequeño pato era el apodo con el que su madre siempre se refería a él de manera cariñosa y que venía, según ella misma le había explicado más de una vez, de la forma que adquirían los labios de Nicolás cuando estaba enfadado, forma que recordaba, inequívocamente, a la forma del pico de un pato y aunque a Nicolás no le desagradaba su apodo, cuando se enfadaba intentaba mantener su boca relajada para intentar no adoptar aquella expresión cómica aunque, le resultaba tan difícil que su cara acababa formando una gañota aún peor que si pusiera cara de pato.

Tras volver a escuchar de labios de su madre que su fiesta de cumpleaños estaría preparada a las cinco en punto,  Nicolás cogió su mochila y, con una tostada de mantequilla aún en la boca, salió disparado hacia la calle camino de la escuela.
Iba a ser un día estupendo, de eso no había la menor duda pues no sólo hoy era el cumpleaños de Nicolás, si no que, como solía pasar cada año, también era el último día de escuela. Así que, se podía decir, que, exceptuando quizás la noche de los Reyes Magos, aquel era el día más excitante y feliz de todo el año.
La mañana pasó más rápido de lo que Nicolás había pensado, y en un santiamén ya volvía a casa caminando al lado de su compañero de clase Miguel que, aunque nació el mismo año que él, parecía que fuera a uno o dos cursos menos , ya que era bastante bajito, tanto que a penas le llegaba al hombro a Nicolás.
-Son los huesos- decía Miguel cuando alguna vez habían hablado sobre su estatura al mismo tiempo que ponía su  diminuta cara lo más solemne posible mientras, sin darse cuenta, se ponía  de puntillas -Mamá dice que aún están en estado latente y aún no han hecho todo su desarrollo pero que cuando se decidan, y lo harán- y aquí siempre hacía una solemne pausa-  no tendrá más remedio que apuntarme a clases de baloncesto, me guste o no.
A Nicolás no le importaba demasiado que fuera bajito o alto porque lo cierto es que Miguel siempre estaba allí ya fuera para ayudarle con los problemas de matemáticas o para jugar al fútbol en la calle.Así que, se podría decir que era el mejor amigo que Nicolás tenía y, seguramente, eso es del todo cierto.

-Laváte las manos pato, vamos a comer en un minuto- Nicolás escuchó la voz de su madre nada más dejar la mochila del cole en el perchero del recibidor. Entonces, se acercó a la puerta de la cocina y, con los ojos cerrados y la espalda pegada a la pared olió todo lo profundamente que pudo para averiguar qué comida había preparado su madre. Se trataba de algo que llevaba haciendo desde ya no sabía cuánto tiempo, así que a esas alturas tenía una técnica tan desarrollada que su margen de error era muy inferior al tres o cuatro por ciento. Un olor ácido y caliente invadió sus fosas nasales junto con una pincelada de magro y aceite.
No tardó más de cinco segundos en reconocerlo.
- Espaghettis con albóndigas- susurró para sí, e inmediatamente su estómago empezó a rugir reclamando lo que le era propio mientras un leve saliveo empezaba a gestarse en su boca.

Ah, sí, no había ninguna duda.. Era la mejor de las madres, al menos de eso Nicolás estaba totalmente convencido. Nunca le había oído gritar y jamás le había castigado por nada que hubiera hecho. Eso sí, le bastaba con posar sus grandes ojos almendrados con aquella estudiada expresión de desaprobación en la cara de su hijo para que este comprendiera automáticamente que aquello que había hecho no estaba nada bien y que tenía que enmendarlo de alguna manera.
Se sentó en la mesa de la cocina y tenía tanta hambre que ya estaba batallando con la última de las albóndigas cuando su madre aún no había empezado a enredar los espaguettis con el tenedor.
-Vaya. Veo que los diez años te están volviendo más comilón- dijo su madre mientras miraba con sorpresa el plato de su hijo-¿Querrás acercarte a comprar huevos cuando acabes el postre? 

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